Una
semilla cruzó una larga distancia y llegó a una zona desértica. Entre arena y
rocas cruzaba un arroyo que en ciertas épocas humedecía el lugar donde se
asentó.
La
semilla pudo germinar como el árbol que era y echar raíces por la buena fortuna
de unos años un poco más húmedos.
El
árbol con el tiempo, no era ni la sombra en tamaño y esplendor a los árboles
del lejano bosque de dónde provenía, con menos agua, y en una tierra pobre su
tamaño y esplendor estaba bien disminuido. Su deshidratada
vida fue sobretodo una vida de resistencia no solo al calor de los días y a
la soledad, sino que también al frío de las noches.
Su
pequeña sombra servía de protección solo a escorpiones y otros insectos.
Bien,
como no hay mal que dure una eternidad, en una sequía muy grande el árbol murió
a los 22 años.
Llegó
reclamando y muy triste al cielo, presentándose frente a un ángel, lamentando
su infortunio.
“Que
injusta fue la vida conmigo en relación a los otros árboles del bosque” decía
“viví una vida triste y pobre salvo por alguna golondrina cansada que se posaba
en mí y alegró alguno de mis días”
“¿De
qué ha servido tanto sufrimiento?,¿Tantas restricciones?, ni mis frutos eran
dulces porque no podía darlos mejor, aunque sabes que quería”
El
ángel que lo escuchaba atentamente apuntó con el dedo para que mirara hacia
abajo. El árbol pudo ver que en el lugar la tierra había cambiado mucho y
comenzaba a salir nuevos brotes alimentados de sus restos, el ángel dijo
entonces:
“Amigo,
amplía tu visión si quieres juzgar, la
cosecha no siempre la recoge quien siembra en ese momento. Serás juzgado
por lo que dejaste con lo poco que tenías, muchos teniendo todo dan muy poco. Tu
diste lo que pudiste y hasta tus restos servirán a otros”
El
árbol comprendía y miraba a un roedor que había anidado entre sus hojas secas y
encontró una paz que no conocía.
Transcurrieron
varios años acá abajo y el árbol volvió a nacer muy cerca del lugar donde había
nacido anteriormente.
Resultó
que los humanos habían llegado al sector y habían alterado el lugar, subdividiéndolo
en terrenos.
El
bosque del que provenía anteriormente había sido talado y él en cambio, estaba
situado al centro de un gran jardín de una vivienda de uno de los
terratenientes del lugar.
Sucedió
que uno de los libertadores de aquel país que también era naturalista, fue
alojado en la casa de cuyo jardín era el árbol. El árbol tenía ciertos años por
lo que permitía que aquel personaje utilizara su sombra y la paz del lugar al
escribir uno de los textos fundamentales que dejó.
El
árbol vivió durante muchos años más y fue consagrado como el lugar de
inspiración de aquel documento. El percibía a los niños imitar a su libertador
sentándose entre sus raíces sobresalientes.
Una
tarde de otoño, el árbol cansado de sus más de doscientos otoños no soportó el
peso de sus propias ramas y soltó la vida.
Cuando
murió se presentó al ángel y frente a él le dijo:
“En la eterna justicia de Dios, la desdicha por una buena
acción es como una gota de aceite en la inmensidad del mar”
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